Varias pasiones ejercieron de fuerza motriz en el camino vital de Michael John Robinson: el afán de superación, el temor al fracaso, las ganas de ofrecerse. Good, better, best, unas palabras escritas en una pizarra por una maestra de escuela al norte de Inglaterra, quedaron grabadas en la mente de un niño que quería aprenderlo todo, pero también ser futbolista del Liverpool. Michael disfrutó su inesperado viaje desde la playa de Blackpool a las televisiones y el corazón de los españoles. Cumplió sueños, forjó amistades, se dejó una rodilla, reveló su ética, provocó carcajadas, enseñó a comunicar. Y cuando las noticias de los médicos se volvieron sombrías, El Inglés mantuvo su dignidad y su sonrisa.